viernes, 21 de noviembre de 2008

Hacedor de Estrellas

DEL PRODUCTO:

TÍTULO: Hacedor de Estrellas
EN EL IDIOMA ORIGINAL: Star Maker
AUTOR: Olaf STAPLEDON (Inglaterra)
FECHAS
DE LA PRIMERA PUBLICACIÓN: septiembre de 1937
DE LA PRIMERA EDICIÓN DE LA COLECCIÓN ACTUAL: 2008 (Barcelona)
EDITORIAL: Clásicos Minotauro
TRADUCCIÓN: Gregorio Lemos
NÚMERO DE PÁGINAS: 293 (con apéndices e índice)
PRÓLOGO: Jorge Luis Borges (a partir de la edición de 1965).


ZOOM:

GÉNERO: Ciencia Ficción, Fantasía, Filosofía
ESTILO: Narración en primera persona, onírico
TEMÁTICA
GENERAL: Cosmología, cosmogonía, divinidad, ¿transhumanismo?, inteligencias alienígenas, civilizaciones alienígenas, biología alienígena, evolución psicológica, especulación cósmica (e "hipercósmica"), telepatía, espiritualidad...
CONCRETA: Megaestructuras, "viaje astral", contacto alienígena, telepatía, astronomía, sociedades más allá del Nivel T3 en la escala Kardashev, simbiosis, pensamiento alienígena, evolucionismo social, eugenesia...
CORRIENTE E INFLUENCIAS: Las del propio autor, aunque muchos escritores posteriores (desde Sir Arthur C. Clarke hasta Doris Lessing, pasando por H.G. Wells) afirmarán haberse visto fuertemente influenciados por este mismo libro y otros del autor.




DEL AUTOR:

Olaf Stapledon fue un inglés que, tras estudiar Historia Moderna en Oxford, enseñar en Manchester como profesor de la Grammar School y trabajar en las oficinas de correo de Liverpool y Port Said, sirvió en el Ejército Inglés durante la Primera Guerra Mundial (como conductor de ambulancias en Francia y Bélgica). Se casó, obtuvo un doctorado en filosofía y escribió un tratado titulado "Modern Theory of Ethics" (posiblemente aburridísimo para nosotros, puesto que ni siquiera esta al día). Y, un buen día, empezó a escribir ficción.

Casi todas sus obras tienen el mismo espíritu relativamente presente siempre en la trama y el fondo de las novelas de Stapledon; según Wikipedia, y cito: "A lo largo de su vida, trabajó con otros estilos literarios [aparte de las novelas], escribiendo diversos libros sobre temas políticos y éticos, en los cuales abogó por el crecimiento de los "valores espirituales", que definió como los valores expresivos de un anhelo por un estado de mayor conciencia en cada individuo, dentro de un contexto más amplio (la personalidad de una comunidad)", valoración que comparto plenamente, porque también las novelas de este hombre tienen como centro el crecimiento espiritual. Curiosamente, no dice nada positivo de las religiones (él se declaraba agnóstico, de hecho), sólo del hecho y acto de cultivar la propia identidad y el espíritu "mortal" (del individuo) e "inmortal" (de la comunidad) para desarrollar un mayor entendimiento, un disfrute más intenso y una vivencia más completa y extensa del yo.

Es muy conocido y respetado entre muchos autores de la ciencia ficción de la Edad de Oro (Clarke es uno de ellos), aunque no es un escritor realmente científico, ya que la profundidad técnica de sus obras es algo pobre, sino filosófico y social. Su mayor baza como escritor (y todo el mundo se lo reconoce sin reservas) es su extraordinaria imaginación, que alcanza su culmen en esta novela; hablaremos luego de esto. Simplemente, digamos que es el creador pionero de varios conceptos de la ciencia ficción que nadie había mencionado antes, como las megaestructuras estelares que, con el tiempo, serían llamadas Esferas Dyson.

Especialmente importante es su implicación en el mundo que le rodeaba; especialmente sensible ante las depredaciones de la Alemania nazi (cuya caída llegó a vivir), imprimió un carácter levemente maniqueísta en su obra, en la que abogaba por dos facciones que se enfrentaban siempre, en todos los campos de batalla, y en los que la lucha entre "democracias armónicas" y "tiranos fanáticos" tienen una huella terriblemente similar a la que deja la Segunda Guerra Mundial. Con un claro Nosotros y Ellos, el autor pierde por el camino la posibilidad de una multiplicidad de bandos, pero eso queda para el lector y el filósofo, pues resulta atractivo pensar en un universo polarizado (y creer, ingenuamente, en la posibilidad de que estás en el lado adecuado) y tiene que simplificar muchísimo las cosas el tener claro que hay cosas que están Bien y cosas que están Mal, respectivamente.

En todo caso, es lícito darle un cierto margen al autor. Para mi gusto, es muy bueno en lo que hace, y lo sabe hacer bien. Me refiero a escribir ciencia ficción, claro...



DEL LIBRO:

Hacedor de Estrellas puede ser un título ominoso, e incluso excesivo, para aquel que no haya leído nada de Stapledon. Yo no le había leído ni una sóla vez, en toda mi vida. Ahora, sé que es uno de los mejores escritores de ciencia ficción de todos los tiempos (según Wikipedia, varios escritores de primerísima línea...) y un literato que no pasaría de lo "mediocre" de no ser porque disfruto leyendo lo que escribe.

Hay una sincera problemática, que él mismo reconoce sin dificultades en su "prefacio", y es que reconoce, y vuelvo a citar, que: "De acuerdo con las normas de la novela tradicional, es un libro notablemente malo. En verdad, no es ni siquiera es una novela." Sincero.

Es verdad que es un libro escrito con una gracia bastante relativa. No es que sea un espeso tratado-mantequilla de filosofía o un duro ladrillo científico, es más bien algo intermedio y mezclado con una imaginación orientada a lo mesiánico, pero con una serie de puntos positivos que le dan una gran vitalidad, una lectura agradable (aunque no ligera) y que se deja disfrutar y paladear.

Tiene defectos, no obstante, y defectos graves. El narrador, un sencillo y anónimo hombre inglés que se ve envuelto bruscamente (e imprevistamente) en una forma de viaje telepático que le saca de su pueblecito sin nombre, tiene la desagradable manía de repetir algunos mensajes de manera constante. Por ejemplo, reconoce varias veces que todo lo que ha experimentado durante su viaje era tan manifiestamente superior a lo que puede expresar como un simple ser humano que no puede relatarlo con exactitud u objetividad, y que los idiomas humanos no tienen palabras para explicar lo que experimenta. Además, le da muchas vueltas a su comunión no-física con otros exploradores telepáticos (provenientes de otros muchos mundos y especies), a su capacidad de viajar "a través del tiempo y del espacio", a las dificultades en el contacto con civilizaciones que se han desarrollado de forma completamente diferente a lo que pueden comprender los exploradores... Puede ser algo pesado.

Por supuesto, el mayor problema es el que los mayores admiradores del autor se apresuran a recordar y advertir al neófito de la obra stapletiana; Jorge Luis Borges avisa, en un notable prólogo, la difícil literatura que maneja el filósofo, que se interna en berenjenales tan abstractos que un lector poco dedicado no dudará en dejar por imposibles para pasar a las descripciones más concretas, sin que éstas dejen de mostrar la árida objetividad del naturalista por formación, sin adjetivos calificativos que dejen traslucir más que una sorda admiración o un mudo terror ante lo que el narrador observa en su viaje.

¿Por qué recomendarlo, entonces, si es tan rematadamente malo? Bueno, me concentro en lo malo porque, para mi, que tengo una forma de escribir rematadamente mala en comparación con la de O. Stapleton, incluso cuando se lee a este autor tras una traducción al español, la forma no es tan importante como el contenido; por ello, creo que es justo que vosotros, que leéis esto, sepáis a qué os enfrentaréis si decidís leerlo. Por supuesto, lo recomiendo. Y, de nuevo, ¿por qué?

Lo que distingue a un buen escritor de un escritor de best-sellers (salvo, claro está, en las escasas ocasiones en las que un buen escritor llega a vender un libro como un best-seller) es la creatividad, el dar origen a cosas realmente nuevas. Hoy en día, es un poco difícil crear nuevos conceptos con la literatura de ciencia ficción propiamente dicha, porque hay una cantidad suficiente de conocimientos científicos como para que se siga escribiendo este tipo de literatura, pero los temas de la ciencia ficción (space opera, ciencia ficción dura, fantasía épica, cyberpunk...) ya están muy tratados, demasiado desarrollados, excesivamente manoseados.

Olaf, no obstante, escribió su obra cuando Verne era de lo poco que podía considerarse "ciencia ficción"; hablamos del segundo cuarto del siglo veinte. Entonces, el género trataba aún de la energía atómica (subatómica, como la llama Stapleton en Hacedor de Estrellas), los rayos de la muerte, los oficiales haciendo cálculos a mano en sus naves espaciales, ¡no hay mención alguna a la ecología!... el desarrollo tecnológico y social superó con mucho las expectativas de los escritores de la ciencia ficción más "temprana", pero sus resultados no eran (no son), ni de cerca, tan ambiciosos como les habría gustado. No hay mundos artificiales, no hay ciudades flotantes, no hay paz universal. Al menos, aún.

Por todo lo antedicho, creo firmemente que Olaf Stapleton es un hombre importante en el desarrollo de la ciencia ficción, sobre todo gracias a este libro, puesto que introduce conversaciones serias sobre muchos temas que, debidamente tratados y corregidos por lo que los científicos han ido aprendiendo, han cosechado frutos excelsos, a saber, la xenobiología, las aplicaciones prácticas de los poderes psíquicos, el desarrollo de la selección artificial mediante eugenesia (con el tiempo, sustituida por temas más edulcorados como la manipulación genética) y formas tempranas de ingeniería estelar y planetaria (literalmente, Stapleton MUEVE ESTRELLAS, y planetas enteros son convertidos en naves interestelares de exploración e intercambio, e incluso de guerra y exterminio), entre otros, que podrían caer con facilidad tanto en la casilla de "sueños irrealizables" como en la de "posibilidad plausible". Esto puede ser algo pretencioso para quienes hemos crecido con Asimov, para el que la miniaturización de naves del tamaño de ciudades en un tamaño similar al de un yate deportivo era un logro más que notable; pero no es lo más grande de esta novela.

Todo esto tiene, en realidad, una importancia relativa. Hablando desde el desconcertado y fascinado punto de vista descarnado en que se convierte el protagonista, el primero de los exploradores, se contempla la auténtica trama de la historia: la creación de entidades psicológicamente conjuntas. Se ha hablado mucho sobre esto en la ciencia ficción, particularmente a raíz de la maravillosa historia de El Juego de Ender y su secuela, La Voz de los Muertos (ambas, novelas que recomiendo muy encarecidamente) o los "chinches" de Heinlein (de su novela, Starship Troopers, muy diferente de la infame película que robó su historia), que actúan como "mentes enjambre", en las que los individuos son poco más que células descerebradas. Stapleton habla, de hecho, de civilizaciones insectoides en las que los individuos son ciudades enteras, "hormigueros" o "colmenas" con culturas y organizaciones sociales formadas por varias de estas ciudadelas, que comprenden millones de cuerpos individuales. Hay ejemplos de mentes comunales naturales aún más extravagantes, pero no diré más de ellas.

Lo curioso del argumento es que, a lo largo del desarrollo de las civilizaciones que nuestro narrador describe, todas las especies de todos los mundos tienden a pasar por una serie de crisis similares a las que enfrentaba el ser humano, hasta que ocurría el desastre (la extinción) o el milagro. De forma similar a una iluminación progresiva, los mundos "despiertos" nacen de este triunfo continuado sobre las crisis, haciendo que todas las mentes de los individuos que habitan un planeta participen de una consciencia mundial en la que conservan sus identidades individuales. Los planetas despiertos siguen desarrollándose en otro sentido: forman agrupaciones entre ellos o se disponen a eliminar a los que no piensan como ellos. Tras guerras intermundanas de enorme violencia, el conflicto termina en favor de quienes intentan la unión telepática de los mundos, que culminará con toda una red de pensamiento a escala galáctica. Y así, sucesivamente. No me preguntéis más.

Las terribles conclusiones a las que el filósofo llega son muy duras, pero es que las preguntas tampoco son precisamente de baja cuna: ¿existe un Dios?, ¿podemos participar de Su Ser?, ¿qué es la conciencia?, ¿qué es lo correcto y lo incorrecto?, ¿sirve de algo lo que intentamos?, ¿desapareceremos sin remedio? Y, así sucesivamente. El Hacedor de Estrellas (Dios como creador y artista de todo lo que existe) es la meta final de este viaje que tiene poco de autodescubrimiento, pero mucho (tal vez demasiado) de cosmogonía y mito universal, aunque carente de todo tinte religioso.

Lo que me desagrada de esta novela no es su general vanidad y voluntariosa (a veces, gratuita) necesidad de llevarlo todo a un nuevo nivel, sino la extraña aceptación y resignación (muy cristianas) con la que las especies "pacifistas" de las que habla Stapleton en Hacedor de Estrellas aceptan su caída y final conforme el cosmos creado va degenerando y perdiendo toda su energía física (curioso pensar que, a pesar de lo relativamente primitivo del pensamiento astrofísico al respecto en su época, Stapleton dio con una serie de explicaciones bastante ingeniosas, aunque algo peregrinas, para la degeneración cósmica de nuestro universo), ante la atenta e inactiva mirada del Hacedor. Todo se vuelve muy espiritual, muy profundo, pero no da auténticas soluciones a las crisis del mundo en el que vivía, a la sombra de una guerra mundial. Tan sólo un consejo para la Humanidad, que podría resumirse en "por ahí fuera, las cosas van a ponerse interesantes; ¿vamos a permitirnos el lujo de autoexterminarnos y perdérnoslo?"; no es que desprecie el consejo, pero he visto reflexiones más convincentes.

Por otro lado, Stapleton resuelve sus propios enigmas, que va colgando a lo largo de su historia como focos, con autorrespuestas bastante extravagantes o muy ingeniosas, pero emplea más la imaginación que la ciencia para resolverlos, y la filosofía más que ambas. No es que me queje, muchos escritores de ciencia ficción ya lo han hecho antes, aunque me sorprende y descoloca bastante encontrar algo así en un libro. Desde luego, era imposible hacerlo de cualquier otra forma, pero... en fin, esperaba algo diferente. No sé lo que esperaba, pero esto no. Y, aún y así, no me ha decepcionado; sólo me ha sorprendido.

Sin embargo, Hacedor de Estrellas es una novela extraordinaria (o un ensayo, o lo que queráis), tanto por su extraordinaria voluntad de trasladar a las estrellas las emociones y el pensamiento de un mundo que temblaba ante los ya cercanos pasos de ese cíclope llamado fascismo, como por su sorprendente trama argumental, su abierta visión del cosmos y su filosofía vital.

Desde el punto de vista de la ciencia ficción, bueno... Arthur C. Clarke diría de Hacedor de Estrellas: "Probablemente, la más poderosa obra de la imaginación de todos los tiempos". Los hay que dirán que, más que una novela, es una enorme paja mental escrita y aprisionada en las cubiertas duras de un librito negro. Bueno. A esos individuos, les recomiendo que no se dediquen a la filosofía, a la ciencia ficción o a respirar, ya que estamos. Que bastante CO2 hay ya en el aire.


VEREDICTO: Si os gusta la Ciencia Ficción y/o queréis probar algo diferente en vuestros hábitos literarios, coged este librito. Un problema clave: aboga por el diseño inteligente, aunque al diseño inteligente no le importe una mierda nuestra existencia. Un punto fuerte clave: es extraordinaria la forma en que el autor pone las cosas desde el punto de vista de especies alienígenas y sus civilizaciones. Resumen: Spore, Dios y Hacedor de estrellas; sólo me falta creer en uno de ellos para creerme la Teoría de Diseño Inteligente*; ¿cuál es?


OPINÓ: Javier López


*Pista: no va a ocurrir.



3 comentarios:

Carlos Naval dijo...

Mmmmm... bien. Me gustan los hombres con imaginación. Siempre he pensado que prefiero ese toque humano carente del a veces cargante e irritante afán técnico del científico o afín consumado. Los recursos que dan de sí por la mera inteligencia humana en sus expresiones espiritualistas no obstante asusta lo suyo. Puede acabar pareciendo un tratado sobre encuentros en la tercera fase en plan cuarto milenio. Quizá debería vacunarme antes de inyectarme tamaña cosa.

No obstante, voy a decir que la crítica- por lo demás amplia- es muy detallada, como lo requiere un estilo tan generalmente desconocido, y que me ha gustado.

Una cosa a tratar. Cela dijo una vez que novela era cualquier cosa a la que ponías en el lomo Novela. Puede que el muchacho no fuera buen escritor, me declaro desconocedor de esto. Pero vamos, ¿qué es una novela? Me gustaría saber lo que opinas al respecto. No digo que esté de acuerdo con el bueno de Cela. Me guardaré mis comentarios para más adelante.

Au revoir Javier. Y buenas noches.

Nautilus dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Nautilus dijo...

Excelsa novela, y excelsa reseña. No creo que la obra de Stapledon deba confundirse con la obra de los jornalistas de la "ciencia ficcón", que escriben baratijas de aventuras mas que formas literarias. Stapledon, juzgo, es un racionalista fantástico, alguien que destila maravillas que, hasta donde sabemos, no son ciertas, pero que de alguna manera son posibles -en el sentido lógico-, y las adosa a una pasmosa habilidad para razonar dentro de ese cuadro imaginario. De la misma manera, Lewis Carroll aplicó la lógica y por ello, la ciencia, a sus escritos, pero sus textos no son ejemplo de ciencia ficción, sino de un preclaro racionalismo fantástico alimentado de sus teorías semióticas.

Saludos.